Recordando las primeras competencias automovilísticas en
Almirante Brown
Camino a la gloria
Por Federico Gastón Guerra
“El hombre y la máquina fueron dominando el paisaje. Se
construyeron automóviles más veloces y seguros, se diseñaron trazados más
exigentes, se impulsaron travesías más extenuantes”, indicó el periodista
Rafael Saralegui con relación a los comienzos del automovilismo deportivo en la Argentina.
Y de esos comienzos es que esta crónica buscará rememorar
los circuitos que ligaron el sur con los primeros intentos por superar día a
día aquellas máquinas automovilísticas hasta diseñar los más perfectos modelos
aerodinámicos.
De esos tiempos, el escritor Romualdo De Lillo rememora
en su libro “De Adrogué a Mármol”: “Hasta el año treinta se realizaron en
Almirante Brown carreras de automóviles y motocicletas”.
“Estas -recuerda el escritor- tenían lugar en un circuito
cuyo recorrido comprendía desde: avenida Espora y avenida San Martín, en
Adrogué (lugar de partida); hasta 25 de Mayo (entrada a Ministro Rivadavia),
tomando luego la avenida República Argentina y por ésta hasta avenida San
Martín en Villa Calzada; por último tomaba por la avenida San Martín hasta
Espora, y así sucesivamente.”
La mayoría del trazado era de tierra virgen sin mayores
tratamientos, salvo un tramo de la avenida Espora que gozaba el privilegio de
tener un mejorado en su traza llamado Macadán: una especie de granito y
material apisonada que daba a la calle algo más de firmeza sobre todo cuando en
lo largos inviernos las lluvias eran parte crónica de un paisaje que de no
contar con un camino bueno obligaba a los vecinos a quedarse atrapados por
meses en su pueblo.
Este primitivo autódromo fue utilizado por aquellos que
encontraban en la velocidad del automóvil un atractivo nuevo y sobre todo
apasionante. De aquí que el profesor Aldo Karlés, en su Crónica Histórica de
Almirante Brown, precisa que “El Lomas Automóvil Club (...) para mediados de
abril de 1929 preparó una importante carrera de coches “Standard” que tendría
lugar el 28 de abril en Almirante Brown”.
“La carrera se correría en el circuito denominado
‘Almirante Brown’ -explica Karlés- que comprendía las calles: avenida Espora
hasta la calle que conducía a la quinta del doctor Celesia, por esta hasta el
Camino Real y por dicho Camino hasta la avenida San Martín y por esta última
hasta su cruce con avenida Espora. El circuito tenía 17 kilómetros y sería
recorrido 12 veces.”
La expectativa ha sido muy grande y casi fue el único
tema que por esos años acaparó la atención de ese poblado de casas bajas y
campo traviesa. “El desarrollo de la carrera fue una fiesta popular que contó
con la presencia de gran cantidad de espectadores”, rememora Aldo Karlés en su
trabajo histórico.
Luego, hasta Bahía Blanca
Tal
vez, debido a la convocatoria masiva es que el Sur volvió a ser protagonista en
la historia grande del automovilismo deportivo, en los albores del
inconfundible Turismo de Carretera.
Ya
no se trataba de una carrera con sólo competidores locales sino que la
competencia de 1933 tuvo pilotos de otras ciudades. Pero esta, además, quedó
grabada como la “Carrera que sólo terminó un corredor”.
La idea fue hacer una
caravana que partiera de los límites de Claypole con Florencio Varela y que los
autos fuesen ida y vuelta hasta Bahía Blanca. Sí, con esos caminos imposibles y
con la tecnología de punta que entregaba ese 1933.
Las
noticias periodísticas de ese año titularon al desafío (que se corrió un 11 de
febrero de 1933) como: “El Gran Premio Nacional de 1933 es todo una epopeya”. Y
así lo fue: a la distancia y a las malas rutas se le sumó la lluvia.
En
la historia del automovilismo deportivo del diario La Nación se lee: “Todavía
puede recordarse una bandera a cuadros recibiendo a un sólo automóvil,
irreconocible bajo una espesa capa de barro que lo cubría, del que descendió un
vencedor agotado, exhausto por el formidable esfuerzo que supuso una lucha
desigual contra la naturaleza a través de 600 kilómetros de
ida y otros tantos de vuelta (de los limites de Claypole con Florencia Varela
hasta Bahía Blanca)”.
“Largos
kilómetros de un barro escurridizo –sigue la nota de La Nación- y sucio que
trababa la potencia propulsora de la máquina, tratando de atraparla como lo
había hecho antes con todas las otras que quedaron agotadas en alguna parte
(menos con la de Roberto Lozano quien entró en la historia grande del
automovilismo deportivo por esta hazaña de ser el único corredor en llegar a la
meta).”
El
trazado parecía imposible para la época y más según cuentan los presentes bajo
un calor agobiante y una posterior lluvia que ya desde Ayacucho tomó por
sorpresa a los corredores en tiempos en los cuales los partes meteorológicos no
eran tan precisos.
Las
pesadas máquinas fueron desistiendo y perdieron su lucha con el camino menos
Roberto Lozano que con un Ford Nº 8 entró en el Control de Florencio Varela
(allá por los límites con Claypole) a las 21 horas 47 minutos y 39 segundos. La
lluvia fue pobre pero espesa. Y tras el arribo de Lozano nadie más sintió sobre
su auto el peso y la gloria de la bandera a cuadros.
Sin
duda, otros tiempos, otras historias con otros protagonistas.
Tal
vez, el aporte al automovilismo grande que se dio en este sur sirva como
ejemplo de aquellas palabras del quíntuple campeón de Fórmula 1, Juan Manuel
Fangio, cuando expresó que “la historia del automovilismo es el cuento más
hermoso para grandes y chicos”. Cuento
que tiene un capítulo en Almirante Brown.
Fotografía ilustrativa de la época.
Fotografía ilustrativa de la época.
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