Calesitas: Las vueltas de la niñez
Por Federico Gastón Guerra
“A rodar mi vida”, dice la canción de Fito. Era eso lo que hacíamos cuando éramos re chiquitos. Cuando empezábamos a asomarnos al mundo desde umbrales de lo desconocido y… Bugs Bunny o el Pájaro Loco. Allí giraba sin rumbo fijo esa hermosa calesita (que en las series de México decían carrusel). Y también estaba el hombre de la sortija: ese señor malo que no dejaba que la tomemos y demos una vuelta más…
Justo cuando estábamos por tenerla en nuestros dedos se nos desvanecía como uno de esos panaderos que soplábamos pidiendo pan, facturas y deseos. Pero un día llegaba la revancha. Y en un manotazo casi sin Norte… nos quedábamos con esa llave de metal que abría las puertas a un rato más de diversión.
Yo me sentaba en el helicóptero, me acuerdo, pero estaba le tanque de guerra, el caballito que subía y bajaba, el banco de plaza (ese era más para nenas), la jirafa, y las canciones de la Ola Verde, algo de las Trillizas de Oro y algunos éxitos de Carlitos Balá de siempre. Y los dibujos de Mickey, la Pantera Rosa, el detective, Goofy, Pato Donald, sobrinos de todos los Disneylandia y algunas flores y mariposas.
Recuerdo con mucha nitidez la calesita de Adrogue casi frente a la estación de tren. Hoy hay allí un enorme edificio. Ahí había, además, unos juegos típicos de kermes de pueblo y un hombre grande y gordo que siempre hacía que gane la sortija.
Mi mamá me cuenta que me llevaba también a la de Turdera, pero no me acuerdo tanto. Aunque hoy todavía está y luce como entonces, venta de pochochos Jocesito mediante.
Eso era divertirse. Sentirse el dueño de un pequeño mundo que sin juegos electrónicos como los de hoy nos hacía ser por un rato, piloto, domador, amigo de las grandes estrellas de nuestros dibujos preferidos y luchas en una aventura sin precedente con el calisetero que nos porfiaba esa “Suerte de la sortija”, como dice en un poema un gran amigo poeta.
Ahora con un Gastón (de casi 15 años) y con una Emma (de casi 5 años) veo esas calesitas como cilindros que giran y cual calidoscopio me llevan a ver recuerdos en diferentes formas. Tengo muchos. Ahora veo que esos pequeños carruseles son cosas de chiquitos y a su vez metáfora perfecta de ese girar que es el andar cotidiano.
Pero esas calesitas siempre están: aún aquellas que nos arrebataron o nos cambiaron de lugar (como en Lomas de Zamora o en Adrogué).
Porque la vida es como esas calesitas. Gira. Nos llena de diversión. Nos hace vivir momentos de acción en busca de esa llave metálica. Y en escritos como estos nos regala una sortija y nos deja dar una vuelta más por la nostalgia, por la niñez y aquello vivido… ¡y bien divertido!
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